LA DINÁMICA DEL ESTABLECIMIENTO DE LAS IGLESIAS DEL NUEVO TESTAMENTO
– por Julio C. Lugo
Nuestra respuesta a la pregunta ¿tenía Pablo una estrategia? determinará como procederemos desde este punto. Si, como Michael Green parece creer, Pablo tuvo poca o ninguna estrategia, y “el evangelio se esparció en una forma aparentemente fortuita conforme los hombres obedecieron la dirección del Espíritu, y fueron a través de las puertas que él abrió, entonces todo lo que podemos aprender es la dependencia sobre ese mismo Espíritu. Si, por otro lado, Donald McGavran está en lo correcto cuando dice que mientras Pablo estaba en Antioquía ideó una estrategia para alcanzar gran parte del mundo mediterráneo con el evangelio, entonces también podemos aprender de la estrategia de Pablo. (Hesselgrave, 2000, p.170)
- Los misioneros se comisionan – Hechos 13:1-4; 15:39, 40.
- La audiencia se contacta – Hechos 13:14-16; 14:1; 16:13-15.
- El evangelio se comunica – Hechos 13:17ss.; 16:31.
- La audiencia se convierte – Hechos 13:48; 16:14-15.
- Los creyentes se congregan – Hechos 13:43.
- La fe se confirma – Hechos 14:21-22; 15:41.
- El liderazgo se consagra – Hechos 14:23.
- Los creyentes se encomiendan al Señor – Hechos 14:23; 16:40.
- Las relaciones [con las iglesias nuevas] se mantienen – Hechos 15:36; 18:23.
- Las iglesias que envían reciben un reporte – Hechos 14:26-27; 15:1-4.
Ciclo Paulino de Hesselgrave
(Tomado de Reed, 2001, p.173)
Examinemos ahora con detalle los tres elementos del Ciclo Paulino, y consideremos si son o no determinantes en el proceso de plantación de iglesias.
Respecto del primer elemento, ¿tenía Pablo una estrategia de selección de los lugares en los que iba establecer una iglesia? ¿Era esta estrategia suya o del Espíritu Santo? ¿Esta estrategia es determinante para nuestros días?
Como señala Kistemaker (2001), su estrategia era “predicar en las ciudades importantes, preferiblemente en los centros comerciales y administrativos, desde donde la Palabra de Dios pudiera radiarse en todas direcciones” (p.623). Y es claro, por la propia narrativa bíblica, que el Espíritu Santo era quien establecía la ruta a seguir (Hechos 16:6).
El paradigma misionero tradicional focalizaba su trabajo en el mundo no alcanzado, especialmente rural o tribal. Las grandes ciudades no eran necesariamente su objetivo primario. Sin embargo, el escenario demográfico ha cambiado sustancialmente en nuestros días. Las ciudades están enmarcando el paisaje de las naciones, especialmente en América Latina. 520 millones de personas viven en las Américas de habla hispana y portuguesa. 391 millones viven en 16 mil ciudades. América Latina es la región más urbanizada del mundo. Hay 51 ciudades con más de un millón de habitantes. Sudamérica es la región del continente más urbanizada del mundo. Naciones Unidas señala que para el 2050, nueve de cada diez latinoamericanos vivirán en una ciudad.
El paisaje urbano es el hogar de los más grandes segmentos de gente sin iglesia. Es claro, entonces, que el enfoque de atención de la tarea de plantar iglesias debe estar orientado a los grandes centros urbanos, lo cual de por sí plantea de antemano un reto extra particular, pues vivimos en un mundo posmoderno. Sobre este particular, volveremos más adelante.
Veamos ahora el segundo elemento. ¿Qué de la tarea del establecimiento de la iglesia?
Como podemos observar, el concepto paulino de “establecer” iglesias dista mucho del concepto contemporáneo y común de “plantar” una iglesia, como muchos lo llaman. Para Pablo, la labor de establecimiento de una comunidad cristiana tenía que ver no solamente con la evangelización y la incorporación de nuevos creyentes en una comunidad de fe naciente. Esto era parte fundamental del proceso, pero su gran objetivo era consolidar su trabajo mediante el establecimiento de un liderazgo local autóctono que diera continuidad segura a su trabajo y que llevara a la naciente comunidad cristiana a tener un testimonio de fe que fuera de impacto en el contexto en el cual se encontraba. Es decir, su labor comenzaba con la evangelización y continuaba con el desarrollo de un proceso sostenido de consolidación, a fin de establecer a la iglesia sólidamente en el evangelio, interna y externamente, haciendo de ella una comunidad kerigmática.
El vocablo griego “sterizo” (Strong, 2002, G4741) da el sentido de fortalecimiento, establecimiento, apoyo, estabilidad, en la labor que él realizaba. Considérese su uso en los siguientes textos bíblicos: Hechos 14:1-23; 15:36–16:5; Romanos 1:8-15, 16:25-27; 1 Tesalonicenses 3:1-13, y especialmente, 2 Tesalonicenses 2:17. El resultado de su trabajo se ve reflejado en la cita de Lucas: “Así que las iglesias eran confirmadas en la fe, y aumentaban en número cada día” (Hechos 16:5).
En tercer lugar, respecto al elemento final, es sumamente importante notar que el trabajo de consolidación de las iglesias que Pablo desarrolló no implicaba únicamente la ejecución de una secuencia de enseñanzas, que sabemos bien existía –para mayor referencia, véase La Didaché (Gonzáles, 2010)–. El objetivo fundamental de Pablo era “encargar” la tarea a un liderazgo local bien entrenado. 2 Timoteo 2:2 lo dice claramente: “Lo que has oído de mí, delante de muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros”. Ésta era una ineludible y prioritaria labor en el proceso de establecimiento de la iglesia. Pablo invirtió cerca de quince años en la tarea de mentoreo de Timoteo, y éste desarrolló su aprendizaje en el contexto mismo del ministerio, es decir, aprendió haciendo y viendo a su mentor hacer.
La instrucción de Pablo como mentor a su discípulo, y ahora también colega en el ministerio pastoral, constituyó una saludable práctica en la iglesia cristiana del primer siglo, que supo hacer de la dinámica de la enseñanza/aprendizaje un estilo de vida que le condujo a tener un fuerte impacto en la comunidad (Hch. 2:42-47). Sin duda, éste es un importante principio a ser tomado en cuenta a la hora de formar líderes para encargarles la conducción de las iglesias plantadas, en cualquier tiempo y circunstancia. En tal sentido, es interesante notar lo que Pablo le dice a Tito –otro de sus discípulos en el ministerio– al inicio de la carta que le escribe: “Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo deficiente, y establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé” (Tito 1:5).
Finalmente, retomando lo dicho anteriormente, vivimos en un mundo posmoderno. Como señala Dellutri (2006), “la posmodernidad comienza cuando occidente llega a la conclusión de que el proyecto moderno, acariciado y ensalzado durante tanto tiempo, no era válido porque no cumplió ninguna de sus promesas. Esto que llamamos posmodernidad no es otra cosa que la manifestación última del desencanto” (p.36). El mundo posmoderno, es uno en el cual la idea del evangelio y la iglesia son parte de los grandes ismos del desencanto de la humanidad. En consecuencia, el liderazgo que asuma y conduzca las iglesias debe no solamente ser consciente de esta realidad, sino además estar adecuadamente preparado para encararla, bíblica, teológica e instrumentalmente.
Una formación teológica integral que promueva el desarrollo del pensamiento crítico es por ello urgente y necesaria. Es necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta, decía Freire (2013), pues siempre estamos escuchando una pedagogía de la respuesta. Los profesores y pastores contestamos a preguntas que los discípulos no han hecho, y los resultados saltan a la vista.
Lo que nosotros necesitamos no es renovación, sino innovación. Toda la filosofía y la estructura de la educación teológica tiene que rehacerse completamente… Si rehacemos el ministerio y reestructuramos la capacitación del liderazgo junto con la base bíblica en el Tercer Mundo, creo que veremos la liberación de una dinámica espiritual en las iglesias que pueden llevar a un despertar por la evangelización del mundo. (Chao, 1976)
El apóstol Pedro instruía a la iglesia de su tiempo, diciéndole así: “Precisamente por eso, esfuércense por añadir a su fe, virtud; a su virtud, entendimiento; al entendimiento, dominio propio; al dominio propio, constancia; a la constancia, devoción a Dios; a la devoción a Dios, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor” (2 Pe. 1:5-7 NVI). Debemos, entonces, entender qué es la virtud, ingrediente básico fundamental en este camino descrito, que nos lleva al encuentro del amor, expresión máxima de la esencia de la fe y de la naturaleza de Dios mismo, y por ende de la iglesia. Phillips (2005) señala: “La virtud es cuestionarse las convicciones con la intención de descubrir un propósito más elevado en la vida, perseguirlo para alcanzar una mayor excelencia y, durante el proceso, inspirar a nuestra sociedad para que también lo haga” (p.13). Formar discípulos y líderes que estén dispuestos, sobre la base firme de la fe, a cuestionarse las convicciones en su proceso de crecimiento personal y desarrollo comunitario es fundamental.
Martha Cecilia Bernal (2015), Directora de Educación Ejecutiva de la Universidad de Los Andes, refiere:
Partiendo del sentido inspirador del liderazgo, la transformación de América Latina hacia un desarrollo sostenible y socialmente equitativo se va a dar en la medida que contemos con organizaciones, gobiernos, comunidades y ciudadanos, con capacidad para generar poderosas inspiraciones basadas en ejemplos positivos, coherentes, responsables, que partan de un profundo convencimiento de la igualdad entre todos los seres humanos, sin distingo, como reflejo de un sólido respeto por el otro, por los otros, por la naturaleza.
Es ésta la calidad de liderazgo y comunidades de fe que necesitamos desarrollar en nuestro trabajo de plantación de iglesias si es que, en efecto, deseamos ser relevantes en nuestra América Latina, tan carente y urgida de estos elementos.
El ex-presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela, que salido de la prisión supo llevar a su nación a una radical transformación integral, decía: “Un líder es como un pastor. Se queda detrás del rebaño dejando que los animales más ágiles caminen adelante, mientras todos los demás los siguen sin darse cuenta de que en realidad están siendo dirigidos desde la retaguardia”. Interesante óptica. Una óptica que denota una filosofía excelente de un liderazgo realmente protagónico y relevante, pero no egocéntrico. Un liderazgo que, salvando las distancias, nos hace recordar las palabras del Señor a su círculo íntimo de discípulos, los apóstoles, poco antes de partir: “En realidad, a ustedes les conviene que me vaya. Porque si no me voy, el Espíritu que los ayudará y consolará no vendrá; en cambio, si me voy, yo lo enviaré” (Juan 16:7 TLA). Y, entonces, partió, dejándoles la tarea de ser y hacer iglesia, bajo la dirección del Espíritu Santo, la misma tarea que nosotros debemos continuar en nuestros días, encarando nuestros propios y particulares desafíos, manteniendo los principios que hicieron de la iglesia primitiva un auténtico modelo a seguir.
NOTA:
El presente artículo es un extracto del trabajo presentado por el autor, Julio C. Lugo, bajo el título: “Modelo Inspirado en el Libro de Los Hechos Sobre Plantación de Iglesias en los Tiempos Modernos”. (http://repositorio.usel.edu.pe/handle/REPO_USEL/212). Usado con permiso.