REFLEXIONES PASTORALES SOBRE LA FORMACIÓN DEL LIDERAZGO DE PABLO
- Fecha 11 de noviembre de 2021
– por Julio C. Lugo
INTRODUCCIÓN
Sin lugar a duda la figura de Pablo representa el modelo referente de liderazgo por excelencia en el Nuevo Testamento, no solamente en lo que a su formación como tal se refiere, sino también por la manera como él desarrolló a otros líderes. La envergadura de su ministerio y su extraordinaria eficacia, fundamentada en el llamamiento especial que recibió del Cristo resucitado, sustentan tal aseveración.
Muchos hay que han escrito sobre su vida, inspirados no solamente por la manera en que su liderazgo los impactó, sino también con el anhelo de transmitir a las generaciones posteriores los principios bíblicos y lecciones que se observan en el desarrollo del mismo, a fin de estimularnos a seguir por la misma senda.
La influencia de este gran hombre de Dios en la historia del cristianismo trasciende los tiempos y las fronteras, como sucede siempre con aquellos que se constituyen verdaderamente en instrumentos de la gracia y poder divinos. Nadie como él se ha atrevido a decir: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Cor. 11:1), constituyéndose a sí mismo en un referente para su propia generación, sin que haya en su expresión el más mínimo ápice de falsa modestia o velado orgullo.
Sin embargo, como bien sabemos, la vida del otrora impulsivo fariseo, al igual que la nuestra, puede también ser vista como la suma de influencias que otros plasmaron en ella a lo largo del tiempo. En tal sentido, mi intención en estas breves líneas es exponer la impronta que otros dejaron en el apóstol de los gentiles, destacando sobre todo la intervención de Aquel que lo marcó de manera definitiva, al punto de llevarlo a ser justamente aquello de lo cual estamos hablando: un modelo de líder para la posteridad. En base a ello, me propongo también reflexionar, desde un sencillo punto de vista pastoral, sobre algunas implicancias prácticas que se desprenden de la observación anterior y que considero relevantes para nuestro contexto latinoamericano.
La Impronta de Gamaliel
“Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios, como hoy lo sois todos vosotros.” (Hch. 22:3)
En esta breve declaración testimonial Pablo se describe a sí mismo, dándonos información valiosa respecto de lo que bien podríamos llamar sus generales de ley.
Judío de pura cepa, “circuncidado al octavo día”, descendiente de la notable y guerrera desaparecida tribu de Benjamín, como él mismo deja constancia (Fil. 3:5). Natural de Tarso, la ciudad más importante de Cilicia, con cerca de medio millón de habitantes en el sudeste del Asia Menor. Criado en Jerusalén, capital de la nación hebrea, sede del Templo y de la ritualidad religiosa judía de la cual él era un insigne fariseo, criado a los pies del ilustre y venerado maestro Gamaliel (Hch. 5:34).
El término “fariseo”, con el cual Pablo mismo se identifica, deriva del vocablo hebreo parásh, cuyo significado es “separar”, y es que en efecto este importante grupo religioso representaba la expresión del puritanismo y la ortodoxia judía, apartados de toda forma de asociación con el mal, procurando sinceramente y bajo juramento obedecer los preceptos de la ley oral y escrita.
Respecto de ellos, Pedro Torres acota:
“Los fariseos organizados en pequeñas comunidades se dedicaban a la docencia y promovían el desarrollo de la religión de la sinagoga. Además emprendieron una labor proselitista entre los gentiles (Mateo 23:15). Su enseñanza era primordialmente ética y práctica, no teológica (el diezmo, el shabbát).”
El instructor inicial de Pablo, Gamaliel, era y es considerado hasta la fecha como una de las mayores luminarias en el terreno de la interpretación bíblica antiguo testamentaria, tanto así que, como registra la Misná, cuando este viejo maestro de la Ley murió “cesó la gloria de la Torá, y murieron la pureza y el estado de separación”.
En cuanto a la relación de Pablo con Gamaliel y la preparación recibida a sus pies, John Pollock refiere además:
“Un fariseo estricto no involucraba a su hijo en la filosofía moral pagana. Por eso, probablemente en el año que murió Augusto, el 14 d. de J.C., el adolescente Pablo fue enviado por mar a Palestina y remontó las colinas hasta Jerusalén. Durante los siguientes cinco o seis años, se sentó a los pies de Gamaliel, el nieto de Hillel, el maestro supremo que, pocos años antes había muerto a la edad de más de cien años. Con el delicado y gentil Gamaliel, que contrastaba con los líderes de la escuela rival de Shammai, Pablo aprendió a analizar minuciosamente un texto hasta lograr una gran cantidad de posibles significados, de acuerdo con la opinión reputada de generaciones de rabinos… Pablo aprendió a debatir en el estilo de preguntas y respuestas del mundo antiguo que se conoció como “diatriba”, y a interpretar, ya que un rabino era no sólo parte predicador pero también parte abogado, que acusaba o defendía a quienes quebraban la sagrada ley. Pablo sobrepasaba a sus contemporáneos. Poseía una mente poderosa que podía conducirlo a tener un asiento en el Sanedrín en el “Salón de las gemas refinadas”, y convertirlo en un “principal de los judíos”.
Esta valiosísima preparación, como ocurre en todo contexto cultural, ofrecía una amplia gama de posibilidades en la adquisición de status social y relacionamiento público, entre las cuales, como bien ha señalado Pollock, estaba el llegar a obtener un espacio entre los miembros del Sanedrín. Pablo estaba más que calificado para ello, aunque, como dijera Swindoll, él se consideraba “como el más pequeño de todos los santos, y el más grande de todos los pecadores”. Sin embargo es curioso notar, por decir lo menos, que nunca estuvo en los planes de Dios el emplearlo por este medio para producir el necesario cambio social y espiritual que la nación hebrea requería, y que a partir de allí podría propiciar en su entorno pagano inmediato.
Es aquí donde conviene hacer una primera reflexión, pues enfáticamente dice la Escritura que “irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Rom. 11:29), y aconsejando a su ‘hijo en la fe’, Timoteo, Pablo le dice que “ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Ti. 2:4). Fundamentos básicos que hacen notar que la posición de un ministro del evangelio, está fundamental e innegociablemente detrás del púlpito, liderando la grey que recibió por encargo del Príncipe de los pastores (1 Pe. 5:4).
Hoy sin embargo existe una oleada de casos de hombres y mujeres de Dios que, estando ligados al ministerio pastoral por llamamiento divino, incursionan en el campo político, ya sea abandonando sus funciones como ministros del evangelio o combinando ambas cosas, como observa Masson:
“Existe hoy en día una clara tendencia por parte de los líderes eclesiásticos de pensar que por tratarse de ministros de Dios están mejor preparados para asumir de mejor manera los retos de la vida política, cosa que los entusiasma […] para aspirar a funciones y cargos públicos y así trabajar para lograr una mejor sociedad.”
¿Es esto legítimo desde una óptica bíblica? ¿Qué podemos decir al respecto? Con profunda agudeza Pedro Torres comenta:
“En nuestra cultura ‘emotivista’ hombres y mujeres hurgan por un reconocimiento. En nuestro medio, sobre todo en política, aspiran una curul en el parlamento, aunque lo ideal sería la Presidencia. Para ello rumian un credo, fingen un ideal, arman fantasmas consulares, y reclutan huestes de incautos y serviles, aun lacayos. Adventicias jaurías de mediocres, aunque no todos, vinculados por el instinto de comunes apetitos, se atreven llamar partidos para disputar a codo limpio el acaparamiento de las prebendas gubernamentales […].
Igualmente, halagados por la polis, muchos ministros y pastores, también líderes de endeble carácter, carentes de una anakainósis, imberbes en el quehacer político, hipnotizados, han cedido a la tentación del poder zelote. Concretamente, la participación de aquellos en política, semejante al programa televisivo, “Bailando por un sueño”, ponen en tela de juicio su llamamiento al ministerio cristocéntrico, y en busca de “casting” les descubre in puribus su precaria actuación y también su inopia léxica en inocuas declaraciones a los diferentes medios.”
Con la intención de arrojar algo de luz sobre el tema John Stott indica:
“Las palabras ‘política’ (sust.) y ‘político’ (adj.) pueden usarse en sentido amplio o en sentido restringido. En sentido amplio, ‘política’ denota la vida de la ciudad (pólis) y las responsa-bilidades del ciudadano (polítes). Se relaciona, pues, con toda nuestra vida dentro de la sociedad. La política es el arte de vivir juntos en comunidad. Por otra parte, en sentido restringido, la política es el arte de gobernar. Está relacionado con la elaboración y adopción de políticas de gobierno específicas con vistas a que se perpetúen en la ley.
Trazada esta diferencia, podemos preguntarnos si Jesús participó en política. Si consideramos el último sentido, el más restringido es evidente que no. Nunca organizó un partido político, ni adoptó un programa político, ni dirigió una protesta política. No dio ningún paso para influir en las políticas de César, de Pilato, ni de Herodes. Al contrario, renunció a una carrera política.
En el sentido más amplio de la palabra, todo su ministerio era político: había venido al mundo para compartir la vida de la comunidad humana y envió a sus seguidores al mundo a hacer lo mismo.”
Por ello, volviendo a citar a Torres, concluimos de modo concordante:
“La religión cristiana, debe quedar claro, no es enemiga del gobierno civil, tampoco lo desecha. Porque aquella “ha sido establecida por Dios” con funciones específicas: para “servir” (Romanos 13:1-2). Toda autoridad política es “servidor” de Dios (v.4) Sin embargo, la tensión entre lo religioso y lo político siempre será una constante. Ante la disputa constante entre lo terreno y lo celeste, si bien es cierto que la fe y la política no son antagónicas, en sí son distintas y persiguen fines diferentes, aunque no por ello irreconciliables. Para un ministro del evangelio, entonces, el objetivo supremo es la “restauración” del hombre, mientras que para un político el objetivo general es el bienestar común.”
El problema de fondo radica, por un lado, en “la politización del cristianismo -es decir- la transformación interna de la fe misma, de manera que pase a definirse según valores
políticos” y su esencia se “reinterprete como un plan de acción social y política”. Por otra parte, como señala Torres:
“Para Ricardo Gondím, ministro y fisiólogo brasileño, la tendencia entre los pastores por la mitomanía y lo espectacular ‘está ligado a la naturaleza misma, que ambiciona el poder, que está fascinado con los títulos y que hace de esto una filosofía ministerial’. Ello ha provocado en las iglesias una estampida para ver quién es mayor.”
Retomando a Pablo, hemos de recordar que claramente Jesús dijo que él sería un instrumento para llevar el evangelio, no sólo a los gentiles y comunes mortales, sino “en presencia de reyes” (Hch. 9:15), lo cual Dios en efecto se encargó de hacer a Su modo, sin que Pablo tuviese que abdicar de su llamamiento.
Con relación a este registro testimonial del apóstol vienen a mi memoria recuerdos de mis años de formación en el Seminario cuando, escuchando al Dr. Kenn Opperman durante un tiempo devocional con los alumnos, compartiera la forma en que Dios lo usó, no sólo para gestar un movimiento de iglecrecimiento de tremenda repercusión evangelizadora, como “Lima al Encuentro con Dios” es reconocido, sino incluso para predicar en la Cámara de los Lores en Inglaterra y asistir al Papa Paulo VI como consejero espiritual. Todo ello sin abandonar el llamado de su vocación ministerial.
Definitivamente, aún cuando la formación del apóstol lo sobre calificaba para tareas de alta envergadura, como él mismo dijera y se observa, jamás se enredó “en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Ti. 2:4), y creo que en efecto, a los que hemos sido llamados al santo ministerio, nos corresponde hacer lo mismo. Al final de cuentas, Pablo estaba siguiendo el mismo camino del Cristo crucificado, que dijera que Su reino “no es de este mundo” (Jn. 18:36).
(Continuará…)
El presente artículo constituye parte de un escrito elaborado por su autor, Julio C. Lugo, en el contexto de su desarrollo ministerial. Aquí les compartimos la primera parte del mismo.
NOTAS:
1 Pedro Torres, “La Tentación Zelote”, p.17
2 Misná, Sotah 9.15, citado por F.F. Bruce, “Hechos de los Apóstoles”, p. 140
3 John Pollock, “The Apostle: The life of Paul”, citado por Swindoll, op. cit. p. 21
4 Charles Swindoll, “Pablo, Un Hombre de Gracia y Firmeza”, p. 10
5 Pablo Masson, “Principios Bíblicos para el cumplimiento y el ejercicio de las funciones políticas y ministeriales”, pp. 74-75, citado por Pedro Torres, op. cit., p. 78
6 Torres, op. cit. p. 93
7 John Stott, “La Fe Cristiana Frente a los Desafíos Contemporáneos”, p.13
8 Torres, op. cit. p. 80
9 Edward Normann, “Christianity and the World Order”, citado por Stott, op. cit., p.15
10 Torres, op. cit., p. 118-119